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Hace dos años una mudanza normal se convirtió en un evento de vital importancia para un pueblo que lleva décadas asistiendo impotente a una desoladora muerte por despoblación. Los residentes de Visiedo, una localidad diminuta a 45 kilómetros al norte de Teruel, recibieron con alegría a Said al Ghoury, originario de Marruecos, que contribuyó a que el municipio se apuntara un punto en su lucha por la supervivencia: gracias a él y a su esposa y sus dos hijas, Yassmin y Fidaf, la única escuela de Visiedo siguió abierta.

Said mato dos pájaros de un tiro: él buscaba un empleo y el municipio necesitaba a sus hijas. De los 136 habitantes censados, solo unos 80 viven en el pueblo. Ahora Said trabaja como alguacil del Ayuntamiento y pronto será padre por tercera vez: su mujer, Omkeltoum, está embarazada de siete meses de su tercera niña.

En las calles de Visiedo hay más casitas de ladrillo abandonadas a punto de caerse que personas, y es más fácil encontrarse con un tractor que con un coche. Algo que no sorprende en la zona más vacía de España: según el Ministerio de Agricultura, Aragón es la Comunidad Autónoma con el medio rural más despoblado con 9,6 habitantes por kilómetro cuadrado. Said, de 43 años, nunca había vivido en un lugar tan pequeño.

Desde 1998, en España, el número de foráneos empadronados en el país se ha multiplicado por 10, equivalente a 4,6 millones de personas.

Los Al Ghoury no son los únicos extranjeros que se han asentado en el pueblo. Hay otras dos familias marroquíes que viven en Visiedo. Y hay muchas más en los municipios limítrofes. En la provincia de Teruel, cuya sangría demográfica se intensificó a finales de los sesenta, el número de inmigrantes ha crecido a 13.979 extranjeros, mientras la población española ha bajado de 136.229 personas a 123.009. Ésta es la décima provincia con el índice de envejecimiento más alto de España, aproximadamente un tercio de la población tiene más de 60 años.

Los extranjeros empezaron a llegar al medio rural español en los noventa para trabajar de jornaleros en la agricultura intensiva del arco mediterráneo, y solo una década después empezaron a moverse hacia el interior.

“Se ha producido un cierto rejuvenecimiento de la población en determinadas áreas. Y esta repoblación ha sido gracias a los inmigrantes, aunque en las zonas más remotas es muy difícil”, explica Rosario Sampedro, de la Universidad de Valladolid.

Said y su familia llegaron a los campos de Teruel gracias al programa Nuevos Senderos de la Fundación Cepaim, que propicia el traslado de población inmigrante a municipios rurales despoblados.

“Interesa hacer de un pueblo muerto un pueblo vivo. Es importante que quienes han nacido en el medio rural entiendan lo fundamental que es para ellos la llegada de nuevos pobladores”, sentencia Vicente Gonzalvo, representante de la asociación.

A tan solo 20 kilómetros, Hassan Bellahmama se dedica al pastoreo de un rebaño de 1.000 ovejas en las afueras de Alfambra, un municipio con algo más de 500 habitantes. Originario de la localidad rural de Kelaa, cerca de Marrakech, Hassan llegó a España con 19 años y un contrato de pastor ya firmado en el bolsillo. Ahora, después de 11 años en el país, no tiene intención de irse. Al contrario, acaba de obtener el visto bueno a la reagrupación familiar que ha solicitado para traer a su mujer y a su hijo de un año medio.

Hassan no es el único extranjero en su pueblo. Dos de sus hermanos ya vivían en el pueblo cuando él llegó y otro más reside en Zaragoza. Los tres son pastores.

“Españoles para este oficio hay muy pocos y gran parte de la ganadería emplea a extranjeros”, asegura su empleador, Pedro José Escusa.

Un problema para una región cuya producción agraria representaba en 2013 el 9% del total de España. Tanto Escusa como el resto de los ganaderos empezaron con los inmigrantes hace unos 15 años. Marroquíes, pakistaníes y rumanos son los foráneos que más se dedican a este oficio.

Es como la pescadilla que se muerde la cola: si no hay población no hay servicios y si no hay servicios no hay población.

“Es muy difícil. Si tuviésemos una fábrica o algo que ofrecer estaríamos más compensados, pero por mucho que luches solo puedes mantener, no ampliar”, cuenta María Ángeles Zaera, alcaldesa de Teruel.

A Said y a su familia, por lo menos, ya los tienen afianzados en el pueblo. Sus hijas, nacidas en Barcelona, por tanto, españolas, no tienen duda alguna cuando les preguntan de dónde son.

“De repente ya se sienten de aquí”, dice satisfecho Said.

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