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Una inspiradora historia de amor que perduró en un espacio atemporal atesorando su plenitud, misterio y encanto. El devenir lo preservó intacto. Eterno. Esta es la historia de Bill y Maïf.

Era junio de 1975, y yo estaba haciendo autostop en Suiza y Francia el verano antes de ingresar a la escuela de postgrado en Chicago. Por casualidad, había terminado ese día en la ciudad de Neuchâtel, Suiza. El albergue de la juventud estaba en lo alto de la colina, pero yo estaba acalorado y sediento, así que me senté en la terraza del Café Pam-Pam.

“Por el casco antiguo medieval de Neuchâtel, me senté al sol, a beber una cerveza en la terraza de un café. Detrás de mí, una mujer joven se sentó en una pequeña mesa redonda, de mármol blanco, como la que se ve en los cafés europeos, excepto que ésta tenía incrustado un tablero de ajedrez marrón de mármol. Movió unas cuantas piezas y luego levantó la vista. Tenía extraordinarios ojos azules como gemas pulidas, cabellos largos y negros. Comencé a pensar en silencio cómo decir en francés: “¿Te gustaría jugar una partida?”

Finalmente le hablé, preguntando lo mejor que pude en francés si le gustaría jugar, señalando el tablero. Ella respondió en francés, “Pardon?” Traté de repetir cuidadosamente mi pregunta. Ella respondió en inglés, “Tal vez deberíamos hablar inglés.”

Maïf, abreviación de Marie-France, tenía 19 años y había vivido en Neuchâtel toda su vida. Estaba en la cafetería, su habitual lugar de reunión después de la escuela. Acababa de terminar un día de exámenes de Bachillerato para graduarse de la escuela secundaria.

Durante los dos días siguientes, Maïf me mostró su ciudad. Caminamos por calles adoquinadas hasta el castillo del siglo XII donde había jugado cuando era niña con su pastor alemán. Nos tumbamos en la hierba junto al lago, los Alpes blancos a la distancia. Nos quedamos hasta el amanecer en un bar discreto donde me dio una moneda para la Rockola Jukebox y me pidió que presionara las teclas G5 para escuchar su canción favorita.

Durante esos dos días juntos, ni siquiera nos besamos. Me hirió saber que ella tenía un novio en Canadá, y que pronto se uniría a él en la universidad para estudiar inglés. Yo era demasiado tímido para confesar cómo me sentía.

Así que me fui. Activé de nuevo el pulgar e hice autostop hacia…  algún lugar que he olvidado por completo. Luego, después de unos días, cedí y volví a Neuchâtel, de vuelta al Café Pam-Pam. Al rato apareció Maïf en su pequeño scooter negro, subiendo la colina. Después de un café, me llevó a su casa a la vuelta de la esquina, donde su abuela nos hizo una tortilla para el almuerzo.

Me alojé una noche más en Neuchâtel. Todavía tenía mucho más que explorar antes de volar de regreso a casa y era demasiado doloroso para mi quedarme más tiempo. Nos despedimos delante de su casa, y allí nos besamos, pero sólo en cada mejilla como hacen los europeos con los amigos. Sentí que cuando me alejaba, Maïf dejó escapar un gemido casi imperceptible. Cualquier idiota se habría dado vuelta y regresado a ella para siempre.

Pocos meses después, yo estaba yendo a la escuela de posgrado en Chicago, y Maïf estaba en la universidad en Ontario. Nos escribimos una vez. Las cosas con su novio no iban bien. La llamé y ella dijo que tal vez vendría a Chicago. Pero cuando volví a llamarla, un par de semanas más tarde, me dijo que había conocido a alguien. Perdimos el contacto. Por 32 años.

Después de la escuela de postgrado, me fui a Nueva Zelanda y Australia durante un año y luego regresé a Hawai donde mi familia había vivido tres años en los 60’s.

A veces pensaba en Maïf. En 2007 la busqué en Internet y encontré el primero de algunos pequeños milagros. Solo apareció su dirección de LinkedIn. Nos volvimos a encontrar sólo porque, casi al mismo tiempo, ella en Ginebra y yo en Hawai habíamos abierto una cuenta. Le envié un mensaje y… voilà, allí estábamos, de repente en contacto de nuevo.

Maïf me escribió que varias semanas antes, había tenido un sueño: una misteriosa mujer encapuchada caminaba por un camino lejos de ella. Maïf preguntó a dónde iba.

-“Volveré a Akron”, dijo la mujer.  – “¿Qué hay en Akron?”, Maïf preguntó. Pero la mujer no respondió.

En la vida real, yo había estado viviendo en Akron, Ohio, cuando Maïf y yo nos conocimos en 1975.

Supimos que ambos estábamos divorciados desde hace mucho tiempo. Que ambos amamos a Leonard Cohen, Tom Waits y Vic Chesnutt. Que debíamos vernos de nuevo. Comenzamos a enviarnos correos electrónicos a diario, y pronto Skypeamos. Ella tenía tres hijos mayores. Yo ninguno.

Maïf viajó a Hawaii por un par de semanas. Al año siguiente fui a Ginebra por tres meses, y viví con Maïf y su hijo Daniel. Para entonces, ella y yo nos quedamos asombrados al descubrir que no sólo nos habíamos encontrado de nuevo después de 32 años, sino que todavía nos queríamos mucho, nos gustaba en quién nos habíamos convertido y nos disfrutábamos enamorarnos ahora.

Estuvimos de acuerdo en que probablemente lo habríamos estropeado si nos hubiéramos unido de jóvenes. Pero nuestra preocupación ahora era si podríamos en parte estar enamorados de nuestra historia, y que pudiéramos ser arrastrados por ella, sólo para acabar en un final gris.

Finalmente, nos obligamos a confrontar con la verdad. Llevamos siete años casados. Hace unos seis años, en nuestra casa de campo en las tierras de cultivo, por encima de Neuchâtel, recibimos un paquete por correo de un viejo amigo de Ohio. En el interior había una postal enmarcada en vidrio. Era una foto turística de Montreux en el frente y mi nota en el reverso.

Había enviado la tarjeta postal a Larry y Sandy después de Neuchâtel, así que tal vez Montreux era donde había ido justo después de dejar a Maïf. Treinta y cuatro años más tarde, Sandy había encontrado la tarjeta mientras tiraba papeles viejos. Mi nota garabateada decía:

“… Marie-France, una belleza de 19 años con la que pasé tres maravillosos días en Neuchâtel, donde ha vivido toda su vida, habla inglés muy bien. Si no me hubiera ido cuando lo hice, habría tenido que resolver problemas de amor muy difíciles. Sé que podría haberme enamorado de ella durante mucho, mucho tiempo.” 

Por supuesto, Maïf y yo hemos vuelto al Café Pam-Pam. La primera vez, vimos una mesa de mármol incrustada con un tablero de ajedrez. El propietario dijo que era la única que había quedado allí. La mesa ahora se encuentra en nuestra terraza, como nosotros, en absoluto asombro.

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