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El Apollo XI en la Luna: “Un gran salto para la humanidad”

El 20 de julio de 1969, millones de personas en todo el mundo vieron por  televisión como el astronauta Neil Armstrong daba su “gran salto para la humanidad”. El Apollo XI había aterrizado en la Luna y en la historia popular, Estados Unidos se convirtió en el ganador de la carrera espacial. Todo parecía perdido para la Unión Soviética (URSS).

Sin embargo los verdaderos pioneros de la exploración espacial fueron los cosmonautas soviéticos y gran parte de los avances que hoy se usan en la Estación Espacial Internacional (EEI) se deben a los conocimientos y las innovaciones de la Unión Soviética.

Wernher von Braun, uno de los arquitectos del programa espacial de EE.UU.

Al llevar al espacio el primer satélite, el primer ser humano y la primera estación orbital, la Unión Soviética logró vencer una y otra vez a EE.UU., su rival en la Guerra Fría y cuyo programa espacial, desarrollado bajo la orientación del ingeniero alemán Wernher von Braun, era más sofisticado y contaba con más fondos.

A finalizar la Segunda Guerra Mundial, cuando los estadounidenses lanzaron la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki nació un nuevo orden mundial, en el que el poder no se medirían en términos de esfuerzo humano, sino de avances tecnológicos. Eso dio origen al programa espacial de la URSS. Para tener influencia internacional, debía remontar velozmente la enorme ventaja que le había sacado EE.UU.

El programa espacial soviético comenzó reconstruyendo cohetes V2 capturados a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

En sólo cuatro años, los soviéticos produjeron su propia bomba atómica. Como era mucho más pesada que la estadounidense, debieron desarrollar un cohete más poderoso que la transportara, lo que terminó impactando en el programa espacial. El encargado de la tarea fue el ingeniero Sergei Pavlovich Korolev, que cinco años antes, había sido enviado por razones políticas a uno de los terribles campos de trabajo (o Gulags), donde se esperaba que muriera. Pero ante la necesidad de mentes brillantes al comienzo de la Guerra Fría, le concedieron nuevamente la libertad.

Korolev no era un científico, sino un genio de la gestión. Era un líder, una figura inspiradora, un político que sabía mover las palancas del poder y volver realidad las metas. Se lo consideraba tan importante que su identidad se mantuvo en secreto hasta sus últimos días. Se lo conocía simplemente como el “diseñador jefe”.

La obra maestra de Korolev, el cohete R-7 Semyorka. Altura: 34 metros. Peso: 280 toneladas.

En 1957, concluyeron el cohete R-7 Semyorka, que era nueve veces más poderoso que cualquier otro creado hasta ese momento. Después de varios intentos fallidos, el R-7 logró volar 5.600 kilómetros hasta la península de Kamchatka. Fue el primer misil balístico intercontinental y, con él, la Unión Soviética se conviertió en una superpotencia global. Sin embargo, como misil era malo. Se demoraban mucho en prepararlo para el despegue. Mientras se desarrollaban otros cohetes más eficientes, el R-7 fue dedicado exclusivamente a la exploración espacial.

El primer satélite transmitía señales de radio que a EE.UU. le parecieron sospechosas.

Una vez que contaba con un cohete apto, y con el objetivo de hacer realidad los viajes espaciales, desarrollaron un satélite simple, el Sputnik. Era apenas un transmisor de radio cubierto por una esfera de metal. El 4 de octubre de 1957, el Sputnik fue colocado en órbita y comenzó a enviar señales de radio a la Tierra, un “bip” que los estadounidenses se esforzaron por decodificar pero que en realidad no contenía mensaje alguno. El mundo quedó fascinado.

El Sputnik fue una jugada maestra de propaganda y ahora el líder soviético Nikita Kruschev quería más: le pidió a Korolev otra gran misión espacial para las conmemoraciones del 7 de noviembre, el aniversario de la revolución bolchevique de 1917.

El primer cosmonauta: la perra Laika

El plazo de alrededor de un mes parecía imposible. Con todo, 4 días antes del plazo, la Unión Soviética envió al espacio otro satélite, pero esta vez con un pasajero a bordo: Laika, una perra callejera hallada en Moscú. Durante mucho tiempo afirmaron que la perra había sobrevivido en órbita varios días, pero en 2002 admitieron que los controles climáticos fallaron y el animal murió en apenas seis horas por sobrecalentamiento. No obstante, Laika les dio a los soviéticos otra victoria propagandística y a los estadounidenses otro dolor de cabeza.

Semidesnudos en el frío: el entrenamiento de los cosmonautas era durísimo.

Ya a principios de la década de 1960, 20 potenciales cosmonautas se entrenaban en secreto en una zona rural de Rusia. Se preparaban para los rigores del espacio. Debían ser capaces de resistir la enorme fuerza del despegue y del aterrizaje. Se los encerraba durante días en salas a prueba de ruidos para experimentar el aislamiento psicológico. Y lo peor de todo era la preparación para la eventualidad de que la cápsula comenzara a girar sin control en el espacio.

Leonov hoy. Según él, había que aprender a flotar en el espacio.

“Cada día corríamos 5 kilómetros y nadábamos 700 metros. También saltábamos en paracaídas; yo llegué a hacer unos 200 saltos. Era algo muy difícil de aguantar. Algunos se ponían pálidos, otros verdes. Y luego, como solíamos decir, les mostraban a los demás su cena: vomitaban”, recuerda el ex cosmonauta Alexei Leonov.

Los soviéticos prueban un traje espacial. Hoy, en la Estación Espacial Internacional se usa una versión actualizada.

Yuri Gagarin, hijo de campesinos, fue el elegido para ser el primer ser humano que iría al espacio. Los ingenieros pensaban que el más listo y el mejor educado era Titov. Pero el jefe consideró aspectos en los que ellos, como técnicos, no habían pensado: cuán apuesto era el candidato, su sonrisa. Korolev tenía razón. Sabía que si la misión resultaba un éxito, el rostro de Gagarin estaría en las portadas de todos los periódicos del mundo.

Gagarin, el emblema sonriente del dominio soviético en la carrera espacial.

El 12 de abril de 1961, Gagarin llegó donde ningún ser humano había llegado antes: la órbita de la Tierra. A bordo de la cápsula Vostok, dio una vuelta al plantea en una hora y 48 minutos. Gagarin fue recibido como un héroe en la Unión Soviética y viajó por el mundo llevando su sonrisa triunfal. Era la encarnación del dominio de la Unión Soviética en la carrera espacial.

Con su economía en auge, EE.UU. podía invertir grandes sumas de dinero en el desarrollo de un programa lunar. Necesitaban desesperadamente un triunfo sobre la URSS y así el presidente John F. Kennedy fijó una meta ambiciosa: “Elegimos ir a la Luna en esta década”. Por el contrario, en la URSS los dirigentes no estaban dispuestos a financiar una aventura tan costosa. Había otras prioridades: producir más alimentos para acabar con la escasez y construir más viviendas.

La primera caminata espacial de la historia: Alexei Leonov tras salir de la cápsula por una manga inflable.

En lugar de ello, continuaron con una serie de misiones menos costosas a la órbita baja de la Tierra, cada una de las cuales reportó una victoria propagandística. Entre ellas se destacan dos de 1963: el vuelo orbital más largo hasta la fecha (cinco días) y la primera mujer en ir al espacio, Valentina Tereshkova. El 18 de marzo de 1965, se sumaría otro hito: Alexei Leonov se convirtió en el primer ser humano en realizar una caminata espacial. Esta hazaña marcó el fin de la era de oro del programa espacial de la URSS, a lo que se sumó una serie de tragedias.

N1, el titánico cohete de la URSS

El 14 de enero de 1966 Korolev, la figura inspiradora de la exploración soviética del cosmos, murió tras una cirugía de rutina. Lo sustituyó su segundo, Vasily Mishin, quien carecía de la visión y la capacidad de gestión del “diseñador jefe”. Pero lo peor estaría por venir: el 26 de marzo de 1968 Yuri Gagarin, el emblema sonriente del dominio soviético del espacio, perdió la vida durante un vuelo de prueba. Menos de año después el N1, el titánico cohete que la URSS usaría para su aventura lunar, explotó y dejó inutilizada la base de lanzamiento.

Con los soviéticos fuera de juego, los estadounidenses consiguieron lo que parecía imposible: llegar a la Luna. Perdida la carrera, los soviéticos fijaron una nueva meta que resucitaría su programa espacial: la colonización. Buscarían la forma de vivir y trabajar en el espacio.

El 19 de abril de 1971 lanzaron a órbita Salyut 1, la primera estación espacial temporal de la historia. La ocuparon tres cosmonautas durante tres semanas. A esta le seguirían misiones y estadías cada vez más prolongadas.

Los soviéticos perfeccionaron los conocimientos para vivir y trabajar en el espacio.

El 20 de febrero de 1986, mientras los estadounidenses se concentraban en vuelos de corta duración con los trasbordadores espaciales, los soviéticos colocaron en la órbita terrestre la primera estación permanente, la MIR, que fue completada a lo largo de una década. Esta estructura se convirtió en un enorme laboratorio suspendido, con módulos separados para astrofísica, ciencia de los materiales y estudio la Tierra. Equipos de cosmonautas visitaban la estación por periodos de un año y se convirtieron en verdaderos expertos en la vida en el espacio.

MIR, la primera estación espacial permanente.

A fines de 1991, mientras la MIR orbitaba el planeta, la Unión Soviética se disolvió. El programa espacial soviético pasó a manos de Rusia y la falta de fondos amenazaba su existencia. En Washington temían que numerosos ingenieros aeroespaciales quedaran desempleados y fueran a trabajar a Irán o Corea del Norte. Por eso, EE.UU. le ofreció a Rusia unirse en la exploración del Universo y, tras décadas de rivalidad, las dos potencias espaciales se convirtieron en socios.

Era una relación conveniente para ambos: los estadounidenses se beneficiarían de la experiencia de los cosmonautas en largas estadías en el espacio, y los rusos se mantendrían a flote con los fondos de EE.UU. Como primer paso, astronautas estadounidenses fueron a vivir y trabajar a la MIR. Luego se sumaron decenas de representantes de otros países.

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