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Para todo aventurero moderno, Alexandra David-Néel, es ese modelo inigualable de una mujer apasionada por la libertad.

A través de muchos relatos, esta orientalista de campo, ha transmitido las bases del budismo tibetano a las sociedades occidentales. El camino hacia la sabiduría emprendido por Alexandra no fue fácil. Con “el Tíbet en la cabeza” y sin darse nunca por vencida, esta extraordinaria mujer persiguió su despertar.
Alexandra nació en Saint-Mandé en 1868, de padre francés y madre belga de orgien escandinavo y siberiano. “Camina como tu corazón te guíe y de acuerdo a lo que tu mirada te diga” fue el lema de la Biblia que la acompañó toda su vida.

A los 15 años intenta liberarse de un entorno familiar carente de dulzura y afecto y huye a Inglaterra. Dos años más tarde logra escaparse nuevamente y se dirige hacia Suiza e Italia cruzando a pie por el paso de San Gotardo. Ya desde ese momento está predestinada a largas caminatas. En 1890, comenzó su primer viaje importante a la India, a través de Ceilán.

Anarquista, curiosa, feminista, ella fue también cantante de ópera.
Mientras estudiaba en Londres, se vio atraída por las filosofías orientales. En busca de la verdad, se interesa por todo. Cerca del geógrafo Elisée Reclus, desarrolla gradualmente sus convicciones y escribe un ensayo tan contestatario que nadie se atreve a publicar.

En París, descubre su pasión por Oriente, luego de visitar el Museo Guimet. Aprende sánscrito y también recibe su primer premio como cantante de ópera. Comienza allí su carrera como cantante, y durante varios años viaja con su arte interpretando obras en Hanoi, París o Atenas.

Su asombroso viaje la lleva a Túnez, donde conoció a su futuro esposo: Philippe Néel. Se casaron en 1904, después de la aprobación del padre de Alexandra.

Carta del padre de Alexandra a Philippe Néel, su futuro esposo:

Sr. Néel,
Su carta me causó una profunda sorpresa. Al día de hoy, mi hija había expresado su férrea determinación de jamás alienar su libertad y protestaba todo el tiempo contra la condición de inferioridad impuesta por la ley a las mujeres en todos los actos de su vida, después del matrimonio.
Hoy, su pedido, me haría creer que ella ha cambiado fuertemente sus ideas.
Si es así, Señor, no veo ninguna razón para negar mi consentimiento…

A los 43 años comienza un largo viaje. En 1911, Alexandra no puede resignarse a su vida conyugal y le anuncia a su marido su partida a la India para continuar su investigación durante 18 meses. Recién volverá 14 años más tarde.

Ambos mantuvieron la conexión hasta la muerte de su marido en 1941. El intercambio quedó plasmado en más de 3.000 cartas.

Durante sus años de investigación y de retiro en Sikkim, al norte de la India, se reúne con Aphur Yongden, su joven sirviente quien se convirtirá en su hijo adoptivo. También consigue una audiencia con el 13º Dalai Lama en Kalimpong. Allí continúa su duro trabajo solitario durante más de dos años, a 4000 m de altitud.

Su determinación se intensifica y la caminata hacia el Tíbet prohibido comienza con la compañía de Yongden. Es a partir de la región de Yunnan, en China, que empieza el viaje a Lhassa. La aventura, que implica 2.000 km, es tan épica como difícil. Atrapada en una tormenta de nieve, y para sobrevivir se ve obligada a comer el cuero de sus botas.

El 28 de de febrero de 1924, y a la edad de 56 años, Alexandra entra en Lhasa disfrazada de mendigo proclamando: “Lha Gyalo” (los dioses han triunfado). Actualmente, quienes hacen una travesía a esa ciudad, recitan estas palabras al cruzar el paso en las montañas del Himalaya.

Hoy en día, el Tíbet ya no es el de Alexandra. Pero, independientemente de su situación geopolítica, sigue siendo un sueño. El país de las nieves eternas jamás ha dejado de rondar las almas, las mentes y los espíritus.

Extracto de “Viaje de una parisina a Lhassa”:

“Durante días caminamos por la semioscuridad de espesos bosques vírgenes y luego, de repente, un claro nos reveló un paisaje de los que sólo se ven en los sueños.  Afilados picos apuntando a lo alto del cielo, torrentes helados, cascadas gigantes de cuyas aguas congeladas cuelgan brillantes cortinas a los lados de las rocas, un mundo de fantasía, de una blancura enceguecedora, surgía por encima de la línea oscura dibujada sobre los pinos gigantes. Mirábamos este extraordinario espectáculo, mudos, extasiados, dispuestos a creer que habíamos alcanzado los límites del mundo de los humanos y nos encontrábamos en el umbral del de los espíritus.”

Ya de regreso en Francia en 1925, se instaló durante diez años en los Alpes donde trabajó constantemente dando conferencias, escribiendo historias de su aventura y compartiendo lo más posible su experiencia.

Nómade de alma, vuelve a partir, y esta vez se embarca hacia China en el Ferrocarril Transiberiano en 1937. La Segunda Guerra Mundial estalla. Durante 9 años, Alexandra y Yongden permanecerán en China.

“Creo que siempre fue y será para mí, más que nunca, doloroso quedarme en un lugar. Idea extraña e inconcebible que las personas tienen de pegarse a un lugar como ostras en una roca, habiendo tanto que ver en este vasto mundo y tantos horizontes para saborear”.

En 1946, regresó a los Alpes, sus “Himalayas para liliputienses”. Allí, con 82 años, se va a acampar en el invierno al lago de Allos a 2240 m de altitud. Escribe desde la mañana hasta la noche, durante 16 horas al día, a pesar de su avanzada edad. Cuando los visitantes vienen a pedir su consejo, sus respuestas siempre están teñidas de sabiduría y autoridad. Yongden muere en 1955 y Alexandra se encuentra sola.

Al final de sus días es acompañada por Marie-Madeleine Peyronnet. Esta mujer habladora apodada “tortuga” se hace cargo de ella y su casa durante diez años. Con el proyecto en mente de hacer juntas la vuelta al mundo en un Citroen 4CV, Alexandra renueva su pasaporte a la edad de 100 años.
Ella muere poco después, en septiembre de 1969, con casi 101 años. Sus cenizas y las de Yongden ahora se mecen juntas en las aguas del Ganges.

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