Compartir

Seguramente habrás visto alguna película de ciencia ficción, o quizá leído en una novela, la idea de una vivienda que podía girar sobre sí misma en torno a un eje, de manera que pudiera orientarse a donde quisiera su inquilino.

Esta idea puede parecer sorprendente hoy pero más aún lo era hace ochenta años. Y sin embargo, hubo un soñador que trató de llevarla a la práctica.

De hecho, lo consiguió. Angelo Invernizzi era un arquitecto italiano, que en los años treinta, tras seis años de trabajo, presentó la que bautizó muy apropiadamente como Villa Girasole. Una casa situada en Marcellise, cerca de Verona (Italia), que rotaba siguiendo al sol desde su salida hasta el ocaso.

A Invernizzi le ayudaron el ingeniero mecánico Romolo Carapacchi, el decorador de interiores Fausto Saccorotti y el arquitecto Ettore Fagiuoli, pero invitó a participar a todo aquel que quisiera colaborar: artistas, escultores, pintores, carpinteros y fabricantes de muebles.

Las obras empezaron en 1931 y no terminaron hasta 1935 porque sólo se realizaban durante los meses de verano. Para ello emplearon materiales que eran bastante novedosos por entonces, como hormigón o aluminio.

En la planta principal, aquella destinada a mirar siempre al sol para que la bañasen la luz y el calor de sus rayos, se situaban el comedor, la sala de estar, el estudio del autor, la sala de música, la cocina y el baño. El siguiente piso se destinaba a dormitorios con sus respectivos aseos.

Al principio se pensó que el edificio únicamente girara ciento ochenta grados pero luego se incrementó a trescientos sesenta en cada ciclo, que duraba nueve horas y media y seguía la trayectoria de las agujas de un reloj. A pesar de sus mil quinientas toneladas de peso, esto era posible gracias a dos motores diésel que proporcionaban potencia suficiente para el movimiento circular sobre rieles.

Lamentablemente, la tecnología de entonces no era la más adecuada y cada vez que Villa Girasole completaba una vuelta era un paso más hacia su final, ya que se iba hundiendo en el terreno.

A pesar de ello y aunque ya no se usa para preservar el conjunto, ocho décadas más tarde el mecanismo sigue técnicamente operativo.

La Invernizzi Foundation y la Academia Mendrisko de Arquitectura de Suecia se encargan de su protección.

Lo que entonces era un sueño hoy es una realidad en Australia, solucionados esos problemas.

A comienzos de 2013 se levantó en un barrio de Camberra otro edificio rotante, una nueva versión de aquel proyecto pionero -incluso se llama Girasole también-, mejorado gracias a los avances técnicos en la construcción.

La casa es un ejemplo de edificación sostenible y del uso de la tecnología para crear arquitectura autosuficiente: el techo está cubierto por paneles solares que producen energía eléctrica suficiente para abastecer el conjunto y permitir que realice una vuelta completa en menos de diez minutos, todo ello manejado mediante pantallas táctiles.

La ciencia ficción hecha realidad.

Compartir