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La Escuela Evangélica Berlín Centro (ESBZ, por sus siglas en alemán), situada en el histórico, diverso y progresista barrio de Mitte, en el ombligo de Berlín, impulsa una revolución en un sistema de enseñanza que los críticos consideran demasiado estructurado y obsoleto para las demandas del siglo XXI.

En este colegio secundario no se imparten clases a la vieja usanza ni hay un cronograma estricto. Los alumnos deciden qué temas quieren estudiar en cada lección y cuándo desean realizar las pruebas.

“Nuestra intención es reinventar la escuela. Buscamos una enseñanza más centrada en el individuo, en su desarrollo como persona autónoma y responsable; una educación menos rígida y que prepare mejor a los jóvenes para un mundo que cambia rápido y constantemente. El futuro requiere que seamos más flexibles”, dice Caroline Treier, la directora.

La escuela opera en una construcción vieja, deslucida, pero con coloridos grafitis que la revitalizan por dentro y por fuera. Cuando se fundó en 2007, tenía apenas 16 alumnos y pocos creían en el experimento. Sin embargo, su enfoque pionero ha tenido tanto éxito que hoy, tan sólo una década después, cuenta con 645 estudiantes y con una larga lista de espera para ingresar. Además, cerca de 50 colegios de Berlín y el resto del país están tratando de imitar la idea.

Alemania está en busca de nuevos modelos que renueven su educación, mayormente pública. En ESBZ, las clases comienzan a las 8:30 y terminan a las 16. Hasta aquí la formalidad, porque el plan de estudios puede parecer una pesadilla para cualquier padre acostumbrado a la educación tradicional. Hay un número reducido de materias fijas como matemáticas, alemán, inglés, ciencias naturales y sociales, historia y geografía y proyectos de investigación.

En cada una de ellas los maestros proponen temas amplios que consideran importantes o actuales (por ejemplo: el cambio climático en ciencias; en historia, el rol de la mujer, o los Objetivos del Milenio en proyectos) y luego cada alumno decide cada día qué quiere estudiar específicamente dentro de ese marco.

“Ellos son personas diferentes, tienen diversos intereses, destrezas y requerimientos. Nosotros reconocemos eso y tratamos de orientarlos y a la vez darles el espacio, el tiempo y los materiales que necesitan para desarrollarse como individuos”, agrega la directora.

Los alumnos tienen autonomía. Se hacen las preguntas y tratan de responderlas, y además pueden opinar libremente. Los exámenes son “a demanda”. Según Treier, a los estudiantes se les pide que se hagan la siguiente pregunta antes de dar ese paso: ¿tengo ya los conocimientos y las destrezas necesarias para ponerme a prueba?

“Esto motiva mucho a los alumnos a mejorar y a demostrar sus competencias, y sobre todo les quita el terror a las evaluaciones. Y a los que tardan mucho en pedir un examen se les da apoyo para que se animen”, asegura la directora.

La calificación no es con las tradicionales notas. A cada joven se le da un certificado o se le hace un comentario verbal. El maestro le dice cuáles son sus fortalezas, qué debe mejorar y le da algunos consejos. El feedback es cualitativo, no cuantitativo. La función del profesor es que el estudiante comprenda bien en qué situación se encuentra, para que le vaya mejor la próxima vez. Un número difícilmente ayude en este sentido.

Además de permitirles armar su propio plan de estudios y su cronograma, a los estudiantes se los incita a tener experiencias fuera de la escuela. Dentro de un programa llamado “Responsabilidad”, salen unas horas a la semana a realizar una “actividad comprometida” desde el punto de vista social o ecológico; por ejemplo, ayudar en un centro de refugiados o en un centro de reciclaje.

“Así aprenden desde muy temprano que forman parte de una sociedad en la que hay problemas y que pueden ser agentes de cambio”, le explica Treier.

Pero para los docentes formar personalidades fuertes, independientes, representa un gran desafío: ¿cómo estar bien preparados cuando los alumnos eligen sus propios temas?, ¿qué hacer para evitar que la libertad se transforme en descontrol?, ¿cómo lograr disciplina en un ambiente con pocas reglas?

Por eso, a los directivos les ha costado conseguir maestros que se adapten a los métodos pedagógicos de la escuela, donde profesores y alumnos son casi pares. Claro que en un ámbito donde domina la espontaneidad incluso puede llegarse al desorden y la mala conducta.

“Nosotros fomentamos una cultura de confianza más que de control. Y cuando hay un caso de mal comportamiento, promovemos el diálogo y casi todo se puede solucionar con una conversación honesta”, dice Maximilian Himmler, uno de los maestros.

Varios expertos en Alemania se preguntan si tanta autonomía puede dificultar la inserción y la adaptación de estos jóvenes a un mundo laboral que suele estar estructurado: Alemania es un país de grandes corporaciones y medianas empresas.

En ESBZ apuntan más bien a lo contrario: a medida que los requerimientos del mercado laboral cambian y los smartphones e internet transforman la forma en que se procesa la información, lo más valioso que la escuela les puede ofrecer a los jóvenes es entrenarlos para que sepan “automotivarse”.

“La misión de un colegio progresista como el nuestro es preparar a los adolescentes para hacer frente al cambio, o mejor dicho, para que busquen el cambio. En el siglo XXI la educación debería dedicarse a desarrollar individuos sólidos”, concluye Treier.

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