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El Mar de Aral fue el lago interior de agua salada más importante del mundo que contaba con 68.000 km² en 1960. El sistema soviético, que creía que a la naturaleza había que “domesticarla” para ponerla al servicio del pueblo, lo convirtió en lo que hoy es: un muestra de lo que no hay que hacer ni repetir con el medio ambiente.

La tara del progreso a costa de la naturaleza superó las ideologías y hasta la cortina de hierro. “Cambiar la naturaleza no para beneficio privado sino para el uso de todos”, decía un teórico soviético antes de justificar la propuesta de transformar la geografía al servicio de la humanidad. La brutal e irracional tarea suponía trasladar ríos, embalsarlos, hacerlos proveedores del riego para la agricultura. El resultado derivó en una de las catástrofes ambientales más colosales de la humanidad: la desaparición del Mar de Aral.

Durante siglos, ese inmenso lago interior localizado en la frontera entre Kazajastán y Uzbekistán, proveyó de agua y peces a millones de pobladores del Asia Central. Llegó a ocupar una superficie de 68.000 km². No se veía la otra costa. Era, por lo tanto casi un mar. El desagüe natural y constante de los ríos Amu Daria y Sir Daria colmó durante diez mil años la depresión que la geología formó en medio de un gigantesco desierto. El Mar de Aral se llenó hasta convertirse en uno de los cuatro lagos más grandes del planeta. El desierto de Asia Central tenía su oasis.

La desaparición del Mar de Aral es inevitable, pronosticó un ingeniero soviético en 1968, sin que esto supusiese una mala noticia. Esa extensión de agua rodeada de un colosal desierto era un sinsentido. Había que remediar ese “error” de la naturaleza.

Y lo remediaron. A partir de la década del sesenta los ríos aportantes fueron canalizados para convertir las desérticas tierras circundantes en cultivos de arroz, cereales y algodón. La República de Uzbekistán debía cumplir el destino asignado, ser el granero de la Unión Soviética. El plan, si así puede decirse, tuvo éxito. Aún hoy Uzbekistán es el principal productor de algodón de la zona.

El daño colateral no suponía preocupación para los amantes del progreso cuando la naturaleza era transformada a favor del capricho de los gobernantes. El Mar Aral comenzó a secarse, su salinidad aumentó hasta ser similar a la del océano, pese a que antes del desvarío su agua era dulce.

En la década de 1960 la costa se alejaba tres metros por año. Hasta el clima local se alteró, dado que la ausencia de humedad endureció las estaciones, con inviernos más fríos y secos y veranos más tórridos.

Su muerte por causas humanas causó décadas de desastre ambiental y social. La población, ahora expuesta a costras salinas y sedimentos contaminados, pagó con su salud y con la falta de agua potable para consumo familiar. Las familias de pescadores tuvieron que hacer lo que podían para sobrevivir. Muchos migraron en busca de agua.

Otros cambiaron su actividad a la cría de camellos que pastan en lo que fue el lecho marino cerca del pueblo de Karateren. La agricultura en la zona es una tarea difícil ya que toda la tierra está cubierta de una costra salada.

Tuvieron que pasar muchos años para que se reconociera el fracaso y la soberbia, y la llegada de una nueva generación con conciencia ambiental. Luego de la disolución de la Unión Sovietica, Kazajstán se centró en salvar la parte norte, que se encuentra totalmente dentro de su territorio. El resto se comparten con Uzbekistán. La idea era simple: construir un dique para aumentar el flujo de agua del río Sir Daria. La presa fue terminada en 2005 y el proyecto para salvar una parte del mar parece haber tenido éxito. Durante la década siguiente la captura anual de pescado se quintuplicó en la región Kyzylorda, según las estadísticas oficiales. Hoy la pesca comercial es una vez más viable en las ciudades y pueblos adyacentes.

La línea de costa, que en otro tiempo había retrocedido hasta 100 kilómetros de la ciudad portuaria de Aral, ahora está a 20-25 kilómetros de distancia, y fluctúa estacionalmente. Sin embargo, la superficie del Mar de Aral se ha reducido actualmente en un 60%, y su volumen en casi un 80%. Los pueblos crecen y retornó la pesca comercial, que ha creado puestos de trabajo en las instalaciones de procesamiento donde se clasifica y pescado congelado.

Algunas familias se ganan la vida mediante la importación y venta de embarcaciones a motor. Aún así, los barcos y redes que los pescadores hoy usan son pequeños en comparación con los antiguos, cuyos esqueletos salpican el antiguo lecho marino, a la espera de ser recogidos como chatarra.

Hoy el Mar de Aral es apenas un recuerdo: ocupa un 10% de su superficie original. Y la foto del barco estacionado en la arena sigue dando vueltas al mundo confirmando que no era la naturaleza la que estaba equivocada.

¿Estamos preparados? ¿Hemos aprendido ésta y otras enseñanzas de la Madre Tierra? ¿Sabrá la humanidad detener a tiempo el colapso del planeta acorralado por el delirio del progreso?

 

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