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En 1927, el industrial estadounidense Henry Ford, líder de la ingeniería automotriz mundial, se lanza a la creación de una ciudad llamada Fordlândia, en el corazón de la Amazonia en Brasil con la ambición de ampliar las actividades industriales de su empresa relacionadas con la producción del caucho para sus neumáticos.

Cuando Henry Ford anunció que su empresa había adquirido una concesión en el Amazonas del tamaño de Connecticut para plantar árboles de caucho y construir una ciudad en la selva, la prensa de Estados Unidos celebró el acontecimiento como el encuentro de dos fuerzas paralelas imposibles de unir:

Por un lado la industria más potente del mundo, a quien debemos la invención de la línea de montaje y el triunfo de las nuevas normas de producción que permiten multiplicar componentes simples y de idéntica calidad infinitamente.

Por otro lado, el mayor sistema fluvial del mundo, que riega nueve países que cubren un tercio del continente sudamericano, una zona tan salvaje y llena de vida que las aguas que rodean el territorio comprado por Ford contenían más especies de peces de todos los ríos de Europa juntos.

La ciudad fue ideada por el empresario para establecer más de 20.000 hectáreas de cultivos, cuya producción satisfaría la demanda de caucho de la Ford Motor Company, y rompería el monopolio británico y holandés. La población estimada rondaría los 10.000 habitantes.

El caso se presenta así como una batalla entre el poder arrasador del capitalismo estadounidense de principios del siglo XX, interpretado por Ford, y un mundo ancestral que nadie antes había logrado conquistar, simbolizado por la majestuosidad inmutable del río Amazonas.

Para la revista Time, en la edición del 24 de octubre 1927, no había duda de que Ford optimizaría su producción de caucho con el devenir de los años, “hasta la industrialización completa de toda la selva”, para el deleite de las tribus amazónicas. “Pronto los indios negros armados de palas pesadas arrasarán sus viejas chozas para facilitar la fabricación de limpiaparabrisas, alfombrillas y neumáticos”.

Según el Washington Post del 12 de agosto 1931, Ford llevaría a la selva “la magia del hombre blanco para “cultivar” no sólo goma, sino también a los propios recolectores de caucho.”

Ford había negociado un acuerdo con el gobierno de Brasil por la concesión de 10.000 km2 de tierra en las orillas del río Tapajós, cerca de la ciudad de Santarém, a cambio de una participación del 9% en los beneficios generados.

El trabajo en la zona comenzó en 1926 por la Compañía Ford Industrial do Brasil. Fue inmediatamente obstaculizado por la mala logística y las enfermedades que afectaron a los trabajadores que sucumbieron a la fiebre amarilla y la malaria.

Se construyeron típicas casas americanas, así como un hospital, una escuela, una biblioteca y un hotel. La ciudad también tenía una piscina, un parque infantil y un campo de golf.

En 1928, Ford Company envió dos barcos mercantes, el Lago Ormoc y el Lago Farge, cargados con todo el equipo que la ciudad pudiera requerir, desde los picaportes de las puertas hasta la torre de agua de la ciudad.

La ciudad tenía un estricto conjunto de reglas impuestas por los gerentes que se ajustaban a los valores norteamericanos. El alcohol, las mujeres, el tabaco e incluso el fútbol estaban prohibidos dentro de la ciudad, incluso dentro de los propios hogares de los trabajadores. Los inspectores irían de casa en casa para comprobar cómo estaban organizadas y para hacer cumplir estas reglas.

A la mayoría de los nativos no les gustaba la forma en que se los trataba, se les exigía usar tarjetas de identificación y trabajaban la mitad del día bajo el sol tropical. Para sorpresa de los administradores, a menudo se negaban a trabajar.

En 1930, los trabajadores nativos se cansaron de la comida americana que se les servía como hamburguesas y enlatados y se rebelaron en la cafetería de la ciudad. Esto se conoció como los “Rompe-sartenes” (Quebra-Panelas). Los rebeldes procedieron a cortar los alambres telegráficos y persiguieron a los gerentes e incluso al cocinero de la ciudad en la selva por algunos días hasta que el ejército brasileño llegó y la rebelión terminó. Luego se hicieron acuerdos sobre el tipo de alimento que se serviría a los trabajadores.

Finalmente el proyecto de Ford fracasó. Fueron diferentes factores, pero insólita y principalmente porque los gerentes no poseían el conocimiento requerido de la agricultura tropical y no sabían cómo cultivar ni extraer el caucho. En este contexto las plantaciones no prosperaron.

Como resultado de esta aventura, la compañía Ford había acumulado pérdidas por valor de doscientos millones de dólares actuales. Al mismo tiempo, una invención terminaría de sepultar el sueño de Ford: el desarrollo del caucho sintético convertiría rápidamente al natural en obsoleto.

En 1934, sólo seis años después de su creación, la ciudad fue abandonada con sólo 90 residentes. En 1945, el nieto de Henry Ford, Henry Ford II, vendió las tierras de la ciudad.

A pesar de la enorme inversión y de numerosas invitaciones, Henry Ford nunca visitó ninguno de sus malogrados pueblos.

A finales de los años 2.000 Forlândia vio un aumento de la población, y en 2017 es el hogar de alrededor de 2.000 personas. Hoy Fordlândia es una ciudad abandonada que descansa perdida en el corazón del Amazonas, frecuentada tan sólo por unos pocos granjeros y algún turista ocasional.

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