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Impresionante por la lava en fusión y los gases de azufre, el volcán Kawah Ijen en Indonesia ofrece un espectáculo tan irreal como maravilloso.

Es al anochecer cuando el volcán Kawah Ijen, situado en el este de la isla de Java, muestra su aspecto más fascinante. Este gigante de fuego, de 2.386 metros de altura, es uno de los 143 volcanes que se hallan en activo en el archipiélago de Indonesia, un país constituido por miles de islas que se asientan sobre una de las zonas de la Tierra con mayor actividad sísmica y volcánica: el Cinturón de Fuego del Pacífico.

El Kawah, parte del complejo volcánico Ijen, ubicado en el interior de una gran caldera de 20 kilómetros de diámetro, es un volcán muy singular.

La peculiaridad de este volcán es la descomunal acumulación de azufre que alberga en su interior. Un elevado porcentaje de este elemento químico emerge en estado líquido y desciende creando ríos rojizos que se solidifican y cristalizan en contacto con la atmósfera; se originan así grandes bloques de color amarillo intenso.

Otra gran parte del azufre es expulsada en estado gaseoso. Los gases de azufre arden de nuevo en contacto con el oxígeno, pero en cuanto la temperatura desciende, el gas se licua y forma pequeños ríos de azufre líquido que generan esos fuegos brillantes y azules, una tonalidad que se debe a la presencia de dióxido de azufre.

Para el renombrado fotógrafo Olivier Grunewald, autor de magníficas imágenes que inmortalizaron este fenómeno y que lleva casi 20 años retratando los volcanes de nuestro planeta, el Kawah Ijen es un volcán diferente, especial. Lo visitó por primera vez en 2009 y pasó en su interior 30 noches junto al operador de cámara de vídeo Régis Etienne.

«No es fácil instalarse dentro del cráter y trabajar con normalidad. A menudo el aire es irrespirable, las emanaciones de gas son muy irritantes y a veces el humo es tan espeso que uno no distingue ni sus propias manos», explica Grunewald.

Todo ello por no hablar de lo extraordinariamente corrosivo que es el líquido que fluye por todas partes, debido al cual Grunewald tuvo que tirar un par de ópticas dañadas para siempre por el ácido.

Él y Etienne, provistos casi todo el tiempo de una máscara, incluso para dormir, captaron el alma y la esencia de aquellos trabajadores que extraen azufre del cráter, y también la de este volcán tan especial en el que hay que andar con mucho cuidado. Porque aunque el Kawah Ijen no ha erupcionado de forma importante desde 1936, en los últimos 40 años hasta 74 mineros han perdido la vida a consecuencia de las frecuentes explosiones que liberan de forma súbita grandes nubes de azufre y llamaradas de hasta cinco metros de altura. Esas emanaciones repentinas envenenan el aire a unos niveles que pueden superar 40 veces los valores límites que en Europa se consideran seguros para la salud.

Pero no sólo era la belleza del Kawah Ijen lo que atrajo hasta aquí al fotógrafo parisino. Grunewald quería ver con sus propios ojos la realidad de los centenares de mineros que trabajan en el interior del cráter arrancando y acarreando pesados bloques de azufre sin ningún tipo de mecanización ni de protección.

«Los mineros empiezan a trabajar a las tres de la mañana, arrancan bloques de azufre en las orillas del lago, dentro del cráter, y los transportan hasta la cima. Desde allí se dirigen a la oficina de la empresa PT Candi Ngrimbi, que explota la mina desde 1967 y que les paga unos cinco céntimos de euro por cada kilo de azufre», relata Olivier.

Los mineros portean entre 70 y 90 kilos por viaje dentro de dos cestas de bambú unidas por un palo que cargan sobre sus hombros. Realizan un porteo al día, a veces dos, para cobrar al final de la jornada entre 4 y 8 euros, lo cual es bastante más de lo que ganarían en la mayoría de los trabajos disponibles. A cambio de acarrear esos pesados bloques minerales hasta la empresa explotadora, que no brinda a sus trabajadores ni contrato, ni seguro ni siquiera máscaras protectoras, podrán sacar adelante a su familia. El precio es alto, ya que tras años bregando en la mina la salud se ve gravemente dañada…


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